Voces del extremo es el nombre de un encuentro anual de poesía que se celebra desde 1999 en Moguer (Andalucía, España) auspiciado por la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez con la coordinación del poeta y ensayista Antonio Orihuela. Estos encuentros forman parte del movimiento poético denominado poesía de la conciencia, nueva poesía social o poesía política.
Su organizador, el poeta y ensayista Antonio Orihuela, ha dicho de estos encuentros:
Nuestra intención es recoger e impulsar una serie de discursos críticos que, de forma dispersa y a veces sin conocimiento entre sí, se estaban dando por todo el Estado desde finales de los años ‘80. Actualmente, es un frente de oposición beligerante a las iconografías y los discursos que ha legitimado el capital, queriendo hacer frente a sus relatos excluyentes, a las imágenes y a los modelos que el capitalismo sanciona, y viene a suponer en el actual panorama poético una raya en el agua, un espacio anómalo. Como tal, su función es que cada vez seamos más los que nos reconozcamos en él y nos sumemos a la lucha por quebrar la actual construcción de la realidad y sus relaciones de dominación.
En cada edición se edita unas actas del encuentro que, a modo de antología, resume la obra de cada uno de los autores, y que contiene, además, una introducción que enuncia los presupuestos poéticos y teóricos de la llamada poesía de la conciencia. Existen, además, varias grabaciones en CD que contiene poemas y recitados de algunos de los autores de las convocatorias.
Voces del Extremo ha reunido en torno a la poesía en estos últimos veinte años a más de dos mil poetas y se ha extendido como festival itinerante por diversas ciudades de España y Francia.
Las Voces del Extremo, las voces heterodoxas, descreídas, insumisas y beligerantes contra el orden social, el pensamiento conservador y la profilaxis literaria tendrían ya, para siempre, en Moguer un ombligo desde el que crecer y una propuesta que ofrecer más allá de la literatura, para la vida, para la transformación de la vida, de lo que pensamos, de lo que soñamos y de lo que deseamos. Esas serían nuestras razones para existir, para querer volver, año tras año, a encontrarnos en una lengua común y en unas prácticas sociales que niegan el discurso del poder y la lógica de la dominación.
Nuestra poesía no tiene dirección única, ni preferencia de lectura, ni rótulo generacional. Nuestra poesía no son imágenes, no son representaciones, no es mercancía. Nuestra poesía ha abolido el fin. Nuestra poesía es un dispositivo con el que pensar y vivir el mundo, un instrumento de indagación en lo social conformado por el capitalismo. Nuestro deseo es que nuestra poesía desaparezca con él, pero mientras persista nuestra poesía no se separará de él, al contrario, busca las formas de revelar sus múltiples articulaciones para hacer estallar la normalidad, el simulacro y la superficialidad de las relaciones sociales que esconden el conflicto, las resistencias, el exceso de sentido que nos permite producir nuevas identidades, nuevas formas de relacionarnos, de articularnos, de vincularnos, porque nuestra poesía no imita la vida, nuestra poesía es la evidencia de nuestra intervención en la producción de realidad, libre y liberada, para la vida.