Por Fernando Rendón
Como el filósofo griego, que hace 24 siglos buscaba en Atenas con su lámpara encendida, a la luz del día, a un solo hombre honesto y verdadero, así el poeta busca afanoso en las calles de las ciudades de nuestro tiempo, a hombres y mujeres perceptivos en los que pueda encontrar asidero su palabra: lengua de la poesía para transmutar la roca en luz, para iluminar y transformar la existencia, acercándonos más a un mundo alto en la vecindad del sol hecho a la medida de nuestras aspiraciones e ideales de justicia, dignidad y belleza.
Pero el filósofo y el poeta no buscan ya con un farol a una sola alma, buscan de forma paralela a los individuos y a los pueblos, a través del lenguaje que es su espejo totalizante, para hacer aflorar la profunda humanidad. Ambos dieron voz a los mitos, a los diálogos de las religiones, al espíritu de los árboles, de las plantas, de las leyes.
La experiencia poética y su influjo sobre la realidad han sufrido hondas metamorfosis. La poesía ya no es un arte que practican los poetas para los reyes, no está hecha la poesía para los elegidos del poder ni del espíritu. La poesía está hecha para todos. Un indígena es un poeta que, como un árbol antiguo, canta sus raíces y sus hojas. Un hombre primitivo, en medio de la modernidad, canta la vida de su pueblo milenario. Un campesino es un poeta que canta la siembra y la recolección de los frutos. Un obrero es un poeta que canta las luchas de su tiempo, en su ya larga caminata hacia un país bello y libre. La poesía de los pueblos alumbra su trabajo y su destino.
¿Ha olvidado el poeta sus orígenes? Cuarenta siglos de poesía escrita, a partir de la Epopeya de Gilgamesh, impresa sobre tabletas de arcilla en Sumeria, 160 generaciones de poetas, desde el origen de las civilizaciones hasta nuestro tiempo, han impactado a un número significativo de seres humanos, permitiendo en las ciudades el acceso gradual a la poesía, y asimilando su recorrido mediante la edición de libros, publicaciones impresas y digitales, celebración de festivales, escuelas y talleres y una vasta multiplicación interactiva en redes sociales.
La escritura cuneiforme significó algo más que la apropiación de los mitos por vía del alfabeto y de la poesía, o el umbral del monopolio del poder sobre el conocimiento. Ella prueba que el fantasma del terror recorre el mundo desde la raíz de las civilizaciones. En los anónimos cantos de Gilgamesh, se lee: “Todo lo que era claro se volvió oscuro. El hermano no ve al hermano. Los habitantes del cielo no se reconocen”. La poesía es la historia del espíritu humano.
Paralela a la construcción de los cimientos de la cultura, la poesía fue una poderosa linterna encendida contra el día, como el farol de Diógenes contra las tinieblas de Grecia; a la manera de héroes culturales, como Gilgamesh, Orfeo, Odiseo o Cuchulain, que atravesaron el infierno reencontrando, para todos, a través de su aventura espiritual, el sentido de vivir en el mundo.
La poesía ya no se lee ni se experimenta, hoy, solo en la intimidad. Su acción impacta a la intimidad colectiva, a la soledad de las multitudes y al individuo entre la muchedumbre. Ella nos abarca y resume, deviene en espíritu de resistencia contra todas las formas de la muerte y de la amnesia.
En contravía del pensamiento solipsista acerca de que la experiencia poética solo puede vivirse en el místico recogimiento solitario, la misión del poeta es desatar el genio poético sujeto por la esclavitud del siglo. La poesía es el compás y el rítmico fluir de los vivientes que constituyen un único organismo, su obstinado latido y su compartido oxígeno.
El faro de la poesía enfoca su luz sobre la trayectoria humana. Los arrecifes están a la vista de la gran barca. La tormenta con todos sus rayos se abate sobre las ciudades. Como en los primeros tiempos, mortíferos peligros se ciernen sobre la vida humana, sobre las especies.
La poesía refleja la exuberancia de la naturaleza en sus orígenes. Es la mezquindad del pensamiento que rige al mundo la que ha producido la ruina de la tierra y de las naciones.
La poesía nos enseña a habitar y a optimizar el mundo. Es la suma de las tradiciones legendarias del hombre. La poesía recobra, para todos, nuestra identidad esencial. Somos también los otros. Así nos reconocemos en la infinita riqueza de la pluralidad del mundo, en las tradiciones poéticas de los siglos, en la multiplicidad de las manifestaciones de la existencia.
La poesía conduce a la visión de la diversidad actuante, mediante su percepción de las formas sutiles, hacia el más sublime diálogo sobre nuestra ventura en la tierra, globalizando la lucha de la imaginación por la libertad humana.
Lejos de ser individual el combate de la poesía por rescatarnos, debe reunir enérgicamente a los humanos en torno al espíritu poético, para detener el avance letal de la desesperanza, que busca aniquilar siglos de luchas por una honda evolución material y cultural de la sociedad.
Los enemigos del sueño antiguo no han podido materializar, como quisieran, la extinción de la poesía. La nada de los déspotas, que han cambiado el deseo del infinito por apenas oro ensangrentado, es su razón secreta para oponerse a esta dialéctica del sueño.
Occidente devora a las naciones. Pero un sólo poeta inmortalizó a la Grecia antigua. La muerte quiere condenarnos a la inercia. La poesía redistribuye la energía, es fuente de la que brota la nueva acción.
La extrema aspiración de la historia, la política, las religiones y la filosofía, que sepultaron la memoria, los mitos y ritos prehistóricos en los que palpitaba el corazón de la especie, son apenas resonancias de la poderosa manifestación de la poesía en los orígenes.
Deseo, fascinación, relámpago, territorio de la utopía, vuelo, evocación de la sabiduría, decisión y alumbramiento; rito de vida y muerte y renacer instantáneo, el poema en ebullición se sumerge en la sangre de la especie para refrescarla y renovarla. Hoy más que antes es imprescindible que el espíritu de la poesía se refleje en las relaciones entre los estados, los individuos y los pueblos.
La poesía protegió a través de las épocas y ciclos la integridad del espíritu humano, otorgando sentido a las tareas y luchas destinadas a la supervivencia y al desarrollo material, cultural y espiritual, mediante el llamado a la solidaridad, y con el correr de los tiempos, fue un faro contra la niebla profunda del olvido de los tiempos primordiales, de la iniciación del legendario camino humano.
A la vez, debemos siempre recordar los principios prehistóricos de la creación. En la comunidad primitiva la poesía y el arte eran ya el fuego encendido en la noche subterránea, éxtasis vivido y experimentado por todos, al que debemos retornar armados del fuego de la tecnología, de la justicia y de la transformación de la materia.
En la caverna donde los hombres y mujeres primigenios se apretaban para vencer el hielo de la incertidumbre por los días venideros, el fuego que cocía al bisonte era ya poesía del anhelo, entre un mar de chispas y cocuyos. En las sombras chinescas de las paredes de arcilla, en las formas azules y amarillas del fuego primero, en los crujidos y murmullos de la madera ardiendo, en las figuras del humo azul sobre las cabezas de los ancestros, se vislumbraba el sueño anticipatorio.
Una aprensión semejante entre el ayer y el presente ante la contingencia cambiante, el parecido viso en los ojos del amor, la alegría momentánea por la idea libertadora contenida en cada vocablo, la misma decisión de sobreponernos a los obstáculos y a la adversidad, nos alientan en la travesía entre estaciones inmemoriales, hacia el instante en que el eterno enigma pueda ser revelado, y la barca del hoy logre llegar segura a los puertos del mañana.
El hombre es el eslabón perdido de los mitos, y su metamorfosis se ha debilitado. En lugar de nuevos seres alados han aparecido más monstruos sobre la tierra. Quede la sangre luminosa de los mitos para retrotraer los comienzos en perpetua presencia y reunión, en resistencia compartida, para asegurar el nuevo nacimiento.
Por la fuerza de la palabra ardiente y de sus actos el hombre puede transformarse y transformar el mundo. Por la fuerza de la poesía, lo que el hombre nombra, adquiere cuerpo.
Debemos reaprender el lenguaje perdido; celebrar la existencia en masiva compañía; unirnos en torno a las fuerzas desencadenantes de la imaginación creadora; encender y resguardar el fuego del alma colectiva, para detener la masacre e iluminar el cielo de la libertad humana, encadenada aún al peñasco de la necesidad; propiciar una revolución poética global para hacer, del sueño y del mundo, una patria para la vida. El triunfo de la justicia plena para todos, para que la ruina no nos devore, para alumbrar el nuevo nacimiento de la especie humana.